A las cuatro de la madrugada se encontró sola y abatida. No dejaban sus neuronas de recordarle que su foco había cambiado, que su corazón había sido metido en un coctelera y agitado hasta estar machucado y dolorido. Iba golpeando con las paredes, frías y metalizadas, y los hielos, deseando que fueran ellos los que se derritieran en vez de su corazón. Deseando que fueran ellos los causantes de tanto dolor y no el hecho de la soledad en aquel oscuro amanecer.
A las cuatro de la madrugada se encontró divagando por los caminos de su intruncada vida y admitiendo en voz alta que su rumbo había variado y pese a no querer admitirlo del todo, estaba a la deriva. Había escorado tanto en las últimas semanas que todas aquellas emociones la habían hecho barar y definitivamente perder toda idea del destino de su vida. No sabía a dónde iba, y lo que es peor, aquella noche descubrió que tampoco de donde venía.
A las cuatro de la madrugada…