Caminaba por el sendero que había elegido tan sólo una hora antes. Sabía que era su último sendero, su último caminar en tierras extrañas. Aunque más que caminar, vagaba sin rumbo por una ruta formada por maderas colocadas por algún ser desconocido, tablones descoloridos y ajados por el correr del tiempo y la brisa marina que llegaba desde lejos recorriendo parajes increíblemente hermosos, para dotarlos de un aspecto curtido y señorial.
Tablones con astillas levantadas y dispuestas cual alambre de espino para defenderse de extraños que los pisaban y pisoteaban. Ajeno al dolor de aquel camino, conseguía no perderse, quizás porque sus pasos lentos pero seguros no dejaban de mirar ni un segundo cada uno de aquellos listones, tan aparentemente fuertes, confortables pero llenos de espinas que le recordaban a su dolido y estreñido corazón, diciéndole a cada paso, que debía seguir, avanzar y disfrutar de los pocos que le quedaban por delante, de sus últimas horas en su paraíso particular, en su mundo sin igual.
Photography 📷: @alejandro_sanabr