Se dió la vuelta y empezó a subir las escaleras. La dejó atrás. Le cerró la puerta en su cara, a un centímetro de darle. Ya no quería más aquello, ya no disfrutaba de aquella relación. Ya no deseaba seguir sintiéndose así con la vida. Enfadada, triste y sola.
Tenía exactamente quince escalones para hacer suyo ese nuevo sentimiento de libertad, motivación y amor por su nueva manera de obrar. Por su nueva manera de relacionarse con el mundo y con ella misma. Cuando llegase arriba, se dijo, no habrá vuelta atrás. La antigua ella desaparecería para siempre y no malgastaría ni un microsegundo en recordarla ni en añorarla. Le había dado tanto que no se merecía nada más.
Y al llegar a final no pudo más que experimentar un enorme placer de alivio y a la vez de vacío, producido por aquel largo suspiro que hizo ir todo aquello que le sobraba y la dejó vacía para así poder albergar todo lo maravilloso que le deparaba su nueva vida.