Ellos eran unos desconocidos en medio de otros muchos más. Nadie se fijaba en nínguno de los dos. Eran absolutamente anónimos al menos entre ellos dos. La única conexión entre ambos eran las butacas donde se hallaban sentados. Cruzaron unas palabras, de cortesia y educación.

Él parecía abatido. Cansado más bien, o triste, difícil de determinar. De la vida, del dolor, del sufrimiento.

Ella solitaria y un poco perdida. No sabía si encajaba, como siempre le pasa en su vida, aunque su lema era no dejar de sonreir.

Él la miró, era imposible no hacerlo porque ella llamaba mucho la atención con su vestido rosa chicle bazoca. Cruzaron miradas e iniciaron una conversación amena y con un toque de humor, pero sin nada reseñable más que la cordialidad.

La gala empezó. Se sucedía premios, reconocimientos, menciones y notas musicales de una belleza dulcificadora. Le llegó el turno a él. Su mención estaba sonando a través del micro del presentador. Ella sabía quién era él… pero no quiso tocar el tema. Le daba vergüenza, era una especie de “qué más le dará a él que yo le diga unas palabras de ánimo”. Él no podía ni mirar la pantalla y ella no podía mover su brazo para tocarlo en un gesto de “tú puedes con esto, él se lo merece”. Su cerebro le decía “Adelante, no pasa nada. No es nada raro que entre extraños haya un poco de ternura” pero su brazo seguía sin moverse y él salió al escenario. Habló, o titubeo más bien. Corrieron lágrimas por sus ojos, que dejaron salir un poco el dolor interior pero no lo suficiente. Queda tanto aún dentro que el sufrimiento es incalculable. Cuando regresó a su butaca las lágrimas brotaban con más fluidez y pese a ello, su brazo era incapaz de moverse, de dar una señal de valor. ¡ Qué tonta soy! Y cobarde… pensó.

Sucedían los mínutos y llegó a su fin el evento que los unió. Un simple “Hasta luego” fue toda su despedida.

La suerte o el universo, que es infinito, hizo que se cruzaran cenando y siguieran disfrutando el uno del otro. Las miradas se cruzaban una y otra vez. Sin querer, sin pretender nada. Simplemente se buscaban. La noche llegó a su término e hizo que esta despedida fuera mucho más placentera. El abrazo que él le dio hizo que ella se sintiera aún peor por no haberlo apoyado, pero fue tan cálido y hacía tantos años que ella no se encontraba así que no quería despegarse. Pero era ya tarde y cada uno debía volver a casa. Cruce de miradas, enlaces de manos y la certeza que serán, al menos, buenos, muy buenos amigos.