Él estaba solo. Siempre quiso eso. Soledad, tranquilidad,  paz, distancia con los demás…. Era un poco ermitaño y sentía que no encajaba en ningún lugar. En ningún grupo. Ningún trabajo. Por eso decidió dedicarse a viajar, conocer nuevos destinos. Conocer culturas diferentes y tan variadas  para lograr encontrar su hueco en el mundo. Ese hueco que su familia y su círculo más próximo siempre le negaron.  La ciudad del sur que estaba visitando inusualmente fría y lluviosa no le decía nada. A él no le importaba, gallego de pura cepa, estaba acostumbrado a mojarse cuando recorría su ciudad por puro placer o por trabajo.   Aunque lo más normal era que vagara por ahí sin rumbo ni destino, alguna vez tuvo que hacerlo por obligación y siempre descubría algo nuevo, algo diferente que hacía que se le fueran las horas contemplándolo.

No era lo que él había soñado ni ansiado. No era lo que le aportaría algo. Estaba seguro. Según la iba recorriendo se iba dando cuenta que ese no sería su lugarcito en el mundo y que su zona de confort estaría a kilómetros de ahí. Pasaron las horas y se vio perdido en un lugar extraño y rodeado de pensamientos que le impedían decidir qué camino seguir. Todos eran iguales pero tan distintos que no lograba discernir si era realidad o ficción.

De repente algo le dijo que mirara para atrás, parte del camino recorrido requería una nueva mirada. Y allí  la vio. Sentada. Elegante. Estirada. Perfecta. Con su vermuth siempre en la mano derecha dándole ese toque distinto y único que tanto le gustaba.  Parecía distraída, feliz, y con tanta soledad en sus ojos que él supo que era como ella. Almas gemelas de las que no se encuentran, de las que son para otros pero nunca para uno mismo.

Se quedó pensativo. Mirándola.  Repasándola.  Recorriendo cada centímetro de su cuerpo desnudo con su dedos, sus labios, sus pensamientos….. No sabía salir de esa ilusión que su mente alimentaba cada vez más. No podía ni quería dejar de recorrer ese camino sinuoso lleno de curvas sensuales e inalcanzables para él, pero tan deseables que le hacían seguir perdido en un mar de pensamientos y deseos. Su mente divagaba tanto que ni notó el leve roce en su mejilla. Era ella. Le acariciaba. Le hablaba pero él no escuchaba. No oía más que un zumbido ensordecedor. Era su corazón diciéndole es para ti. Esta ahí por ti. Esperándote. Quiérela.  Ámala.